UN BÁLSAMO PARA SU ALMA

Fanfic basado en las obras de Iria G. ParenteSelene M. Pascual “Sueños de Piedra” y “Títeres de la magia” editados por Nocturna ediciones

 

El suave balanceo del barco Sueño de piedra invitaba al descanso, pero aunque la luna ya iluminaba tenuemente el cielo con su presencia, Lynne aún tenía que terminar de hacer las cuentas de su última venta. Había sido más que provechosa, ya demás había conseguido llenar las bodegas con nuevas y exóticas mercancías que no le costaría nada vender en los siguientes puertos a los que se dirigía. Sí, habían sido buenos días. Arriba, en cubierta, podía escuchar la algarabía de sus compañeros celebrándolo, y aquello le sacó una imperceptible sonrisa. Era imposible no estar feliz rodeada de sus chicos, aquellos que habían hecho de Sueño de piedra la familia que eran. Dejó escapar un suspiro, garabateando en el pergamino que tenía delante la cantidad de monedas que había contado ya hasta en tres ocasiones. Sí, desde luego no podía quejarse. Se estiró largamente, haciendo que la camisola que llevaba para estar por el camarote se le subiera un poco por el muslo. Y en ese momento, un par de golpes en la puerta de su camarote la hicieron girar el rostro hacia allí.

−Adelante.

La puerta se abrió al instante, con un leve chasquido, dando paso a Adina quien, con una media sonrisa dibujada en sus labios, alzaba una botella de ron, balanceándola a modo de tentativa. Lynne no pudo evitar poner los ojos en blanco, sin perder la sonrisa, al ver la despreocupada pose de su tripulante.

−No me parece justo que estemos todos festejando ahí arriba y tú estés aquí encerrada –dijo ella desde la puerta, apoyada en el marco de la misma, mientras la miraba. Lynne se giró hacia ella, cruzándose de piernas.

−Alguien tiene que hacer las cuentas, ¿no?

−Pues si la capitana no va a la fiesta… habrá que traer la fiesta a la capitana, ¿no? –Su tono burlón hizo reír a Lynne, que señaló con la cabeza hacia la botella que Adina aún tenía en su mano.

−¿Por eso has bajado aquí con una botella?

−No –contestó ella, entrando por fin en la habitación y mostrando que, en su otra mano, llevaba otra botella−. Por eso he bajado con dos botellas.

De un suave taconazo hizo que la puerta se cerrase a su espalda. Al hacerlo, el largo cabello oscuro de Adina se enredó traviesamente con los extremos del pañuelo que llevaba en la cabeza, creando una preciosa bicromía entre ambos colores. Se acercó con paso firme y le tendió uno de los recipientes abiertos mientras le daba un trago al otro, con una ceja arqueada. Lynne, que no podía negarse a un ofrecimiento como aquel –y mucho menos si se lo hacía ella−, alargó la mano para cogerlo, rozando sus dedos durante un delicioso instante. Sus miradas se cruzaron y ambas se sonrieron.

−Bueno, ¿me dices qué te sucede?

Adina fue directa al camastro de su capitana, donde se dejó caer con pesadez. Apoyó los codos sobre sus rodillas y dejó que la botella, sujeta por su cuello, se balancease entre sus piernas al son del Sueño de piedra. Lynne dio un trago a su botella para alargar el momento, buscando las palabras exactas con las que contestar. Podría evadir el tema si se tratase de cualquier otro tripulante, incluso sabía cómo distraer a Arthmael o a Hazan cuando intentaban ahondar en temas de los que no tenía ganas de hablar. Pero con ella… con ella era diferente. No podía mentir a Adina, no cuando habían pasado más de una noche entre confesiones y botellas de alcohol. Hasta juraría que, en ese momento, nadie la conocía mejor que ella.

−¿Lynne?

La capitana finalmente resopló, tragando el fuerte licor que no tardó en deslizarse por su garganta, calentándola. Se levantó de la silla donde estaba y se acercó al camastro, dejándose caer al lado de Adina mientras dejaba que su mirada se perdiese, unos segundos, en el fondo de la botella, como si realmente estuviese muy interesada en el danzar del licor que contenía.

−Yo… hoy en el marcado vi a un hombre que, de espaldas, me recordó mi peor pesadilla –susurró por fin la mercader, sin apartar la vista de donde la tenía fija. No se atrevía a enfrentarse a los ojos de su compañera. Todavía no−. Y no pude evitar acordarme de todas aquellas chicas a las que di la espalda.

Adina suspiró largamente antes de dar un nuevo trago a su botella. No era la primera vez que hablaban del tema, desde luego, y por un instante Lynne pensó que su compañera la tacharía de pesada. Sin embargo tan solo notó la mano de su tripulante sobre su pierna. Se tensó al no esperárselo, como siempre que alguien se atrevía a rozarla, a traspasar la barrera que ella misma había levantado. Y a pesar de que en otro momento la habría apartado, no lo hizo. Se relajó, pasando la mirada de la botella a la mano de Adina y, poco a poco, fue ascendiendo por su brazo hasta dar, finalmente, con esos oscuros ojos que antes no se había atrevido a enfrentar. Y no vio reproche, o molestia, sino compresión.

−Lynne, tienes que dejar de culparte por eso. Tú…

−Les di la espalda, Adina.

−Lynne, no podías hacer nada por ellas –dijo, algo más seria, acariciando su pierna, apretándola suavemente. Lynne casi pudo sentir la energía que intentaba mandarle−. Sé… sé que no es lo mismo, o que a lo mejor no es lo mismo para ti, pero a nosotros nos salvaste. No se puede salvar a todo el mundo, y mucho menos en una situación desesperada.

−Sois mi familia –susurró ella, posando la mano sobre la de su compañera, apretándola con cuidado. Adina entonces se acercó un poco más a ella, dejando la botella en el suelo. Con cuidado, tomó la barbilla de Lynne y la obligó a levantar un poco más el rostro, que había agachado sin querer, reclamando así su atención.

−Y tú la nuestra. Nos diste un hogar, el Sueño de piedra, un lugar al que pertenecer. Nadie antes lo había hecho. Sé que es difícil, pero deja de pensar en lo que pudiste hacer, y piensa en todo lo que has hecho.

Lynne cerró los ojos ligeramente cuando la mano de la muchacha se deslizó de su barbilla hacia su mejilla, la cual se tornó sonrojada bajo el áspero tacto de sus dedos. Un escalofrío recorrió su espalda de arriba a abajo y, sin darse cuenta, entreabrió los labios, buscando el aire que de repente parecía faltarle. A su lado sintió el tosco colchón moverse de nuevo y su pierna se encontró con la de Adina.

−Has sido la luz que ha iluminado nuestras vidas, Lynne. Eres la mujer más fuerte que he conocido, y sé que llegarás a ser la mejor mercader de toda Marabilia.

Azorada por la dulzura y la intensidad de las palabras de su tripulante, que habían conseguido sonrojar sus mejillas, entreabrió los ojos para darse de lleno con los ojos de Adina, brillantes. Estaba cerca, tanto que podía sentir el calor de su aliento, el aroma a ron que desprendían. Inconscientemente bajó la mirada a sus labios, curvados en una media sonrisa que le pareció hasta seductora. Tenerla tan cerca estaba empezando a ponerla nerviosa, y no porque se sintiera incómoda a su lado, ni mucho menos, sino porque empezaba a sentir el deseo nacer en su cuerpo, porque el calor había empezado a apoderarse de sus entrañas. Hasta el momento no lo había sentido por nadie más que por Arthmael… pero tampoco se había sentido tan unida a otra persona hasta entonces. Tragó saliva y alzó la mano, rozando con los dedos la mejilla de Adina quien, con un brillo de deseo en los ojos –uno que por desgracia conocía muy bien−, cabeceó contra su mano en busca de mayor tacto. Y como atraída por el canto de una sirena, se reclinó sobre ella, dubitativa, al tiempo que su tripulante buscaba encontrar sus labios.

Y entonces sucedió. El beso. Un beso suave, apenas un delicado roce, como al arrullo de un alegre pajarillo. Un suspiro brotó de sus labios mientras sentía sus mejillas arder y su corazón latir con fuerza, tanta que parecía querer abandonar su pecho para abrazar el de Adina. Sus labios se separaron, se miraron a los ojos unos segundos, en silencio, y ambas se sonrieron. No hacían falta palabras, sus cuerpos se hablaban sin necesidad de ellas, por lo que más segura que antes, Lynne volvió a atrapar sus labios con un nuevo beso, esa vez más intenso, abordando el interior de su boca con su lengua para saborear los restos de licor que aún permanecían en ella. Sus lenguas no tardaron en comenzar una sensual danza, rozándose, buscándose con calma, disfrutando de cada caricia que se propinaban. Entonces sintió las manos de Adina acariciar su cuello, apenas con la yema de los dedos, provocando un nuevo escalofrío que erizó toda su piel. La rozaba como si temiera que fuera a romperse entre sus dedos, con una delicadeza y un cariño que emocionó a la capitana.

Los dedos de Adina se deslizaron por su piel hasta el borde de la camisola que llevaba como vestimenta improvisada, desabotonando el primer botón. Durante unos segundos, la tripulante se separó de sus labios al notar que Lynne se tensaba, mirándola a los ojos interrogante. Ella, sabiendo perfectamente la pregunta que le picaba en los labios, se limitó a asentir antes de volver a besar sus labios y, de igual manera, dejar la botella que hasta entonces tenía en una mano para buscar la manera de quitar la molesta ropa que impedía que se deleitara con las curvas de su compañera. Cada segundo que pasaba el calor era mayor, ambas podían sentir cómo la humedad comenzaba a ser más que evidente entre sus piernas. Cada prenda que caía al suelo, era un obstáculo menos que sortear para llegar al punto que ambas deseaban: sentir piel contra piel.

 

Con sus corazones latiendo con la fuerza de mil mares, sus labios se separaron una vez más para poder admirar a la otra. Durante unos segundos, y como si acabaran de descubrir el mayor tesoro de sus vidas, recorrieron la piel de la otra con la mirada, con los dedos, deleitándose con los suspiros de placer de la otra. Los pezones de Lynne  se endurecieron cuando Adina los rozó, y Adina se mordió los labios cuando los dedos de su capitana llegaron a su vientre. Las dos se sintieron como si aquella fuese la primera vez que se encontraban en una situación parecida, como si nunca antes hubieran descubierto la desnudez de otra persona.

Fue Adina, esa vez, la que tomó la iniciativa. Reclinándose sobre Lynne, la hizo tumbarse en el camastro, aprovechando su posición para dejar de recorrer su piel con los dedos y comenzar a hacerlo con sus labios. Allá donde los labios de Adina se posaban, la piel de Lynne ardía de deseo, provocando tantas descargas de placer que creía estar volviéndose loca. Cuando esos labios, hechos para el pecado, llegaron a sus pechos, Lynne dejó escapar un leve gemido que animó a su compañera a seguir, atrapando el erecto pezón entre sus labios para mimarlo, para volver a arrancarle un gemido que no tardó en llegar. Con cada uno, Adina se volvía más osada, plagando el cuerpo de Lynne de besos y caricias, disfrutando cada vez que la sentía temblar de placer, encogerse bajo sus dedos. Cuando Adina se detuvo a observar, durante unos segundos, las marcas de su pasado, Lynne boqueó, avergonzada, pero antes de poder decir nada su compañera las besó, como si de ese modo quisiera borrar cada marca de su piel, cerrar cada herida de su alma. Y eso la hizo gemir un poco más alto, entre emocionada y excitada.

Sus labios fueron descendiendo por su estómago, lentamente, en dirección al centro de su placer. Lynne abrió los ojos para mirar a su compañera, y cuando sus ojos se encontraron pudo sentir una nueva descarga al ver el deseo brillando, como una luz cegadora, en sus ojos. La mezcla de sensualidad, ternura y pasión con la que Adina trataba su cuerpo estaba empezando a volverla loca, casi le costaba hasta respirar, como si necesitara sus labios para encontrar el aire que necesitaba. Se incorporó un poco más, buscando sus besos, pero Adina, con una sonrisa, mordisqueó su vientre a modo de regañina, lo que hizo gruñir a la castaña.

Y entonces, tras soltar un nuevo suspiro, Adina llegó a su ansiado destino, de improviso, arrancando un gemido de sorpresa y placer de la capitana. Su compañera bebía de su placer con ansia, rozando cada uno de sus pliegues con su lengua, rozando el pequeño botoncito con los dientes solo para hacerla gemir más alto. Y entonces llegaron sus dedos, traviesos, deseosos de explorar su secreto más oculto. Sentir cómo la abordaban fue una delicia, ya que sus movimientos junto con las caricias orales de Adina eran puro fuego. Adina la besaba con devoción, con fervor, disfrutando de cada sacudida de placer como si fuera el suyo propio, perdiéndose en sus jadeos como si fueran la melodía más hermosa, y bebiendo de su deseo como si fuera el néctar de los dioses. Le gustaba la piel de Lynne, cómo se erizaba, la suavidad de la misma a pesar de las cicatrices de su pasado.

Minutos después, entre jadeos, besos y caricias cada vez más apasionadas y osadas, Lynne estalló en un potente orgasmo que la hizo casi perder el sentido. Adina había conseguido llegar a rincones de su alma que no había dejado ver a nadie, y al hacerlo, al dejar que besara y acariciara cada uno de ellos la había hecho disfrutar, alejar el dolor de ella para dejar tan solo un reguero de besos y caricias que ya habían quedado grabadas a fuego en su mente. Con la respiración agitada entreabrió los labios, encontrándose con los ojos de Adina frente a ella. Con cariño, agarró sus mejillas y la acercó para volver a disfrutar de sus besos, para robarle el aire que le había quitado. Y aprovechando que Adina bajaba la guardia, la hizo rodar, quedando encima. Apoyó su frente sobre la de su compañera, deslizando las manos desde su mejilla y por toda su piel hasta sus caderas mientras miraba sus ojos, con una maliciosa sonrisa en sus labios. Adina gruñó un poquito, buscando un beso que Lynne le negó.

−Ahora me toca a mí –susurró Lynne con un tono tentador.

−¿No vas a dejar que siga disfrutando yo de tu cuerpo? –preguntó Adina, intentando parecer decepcionada a pesar de que deseaba más que nunca disfrutar de las caricias de Lynne, de aquella a la que llevaba tanto tiempo observando, por la que daría la vida sin pensar. Entonces Lynne sonrió burlona, acercando sus labios a los labios de Adina, antes de susurrar:

−Ni por todo el oro de Marabilia.

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