SIEMPRE ESTAREMOS JUNTOS

Relato basado en la novela Antihéroes de Iria G. Parente y Selene M. Pascual y publicada por Nocturna ediciones.

Esta noche hace frío. Mucho más de lo que habría imaginado. Mis padres se han ido a dormir hace un rato y, aunque yo debería, soy incapaz de hacerlo. Aún tengo el miedo metido en el cuerpo, sintiendo cómo paraliza cada uno de mis músculos. El corazón me late tan deprisa que tengo la sensación de que se me va a salir por la boca. Hasta me cuesta respirar. Me miro las manos, temblorosas, y aún soy capaz de ver las manchas de sangre sobre ellas a pesar de que soy consciente de que están limpias. Sacudo la cabeza y…

ѼѼѼ

Abro los ojos de golpe a la vez que cojo una bocanada de aire. Me siento desorientado, así que miro a mi alrededor. Estoy en el cuarto de baño de casa, mi ropa reposa sobre el retrete y el agua de la ducha, caliente, cae como una cascada. Su sonido es tranquilizador y el vapor que se ha generado y que se esparce por toda la estancia, empañando los espejos y los cristales de la ventana, me rodean con un cálido abrazo. Sin embargo yo me siento helado por dentro, como si bajo mi piel hubiera un millón de afilados copos de nieve formando una fina y punzante capa gélida entre la piel y los músculos. No recuerdo cómo ni cuándo he llegado aquí. ¿Me ha vuelto a suceder lo mismo?

−Cristian, ¿se puede saber qué estás haciendo ahí dentro?

La voz de mi madre me sobresalta y corro a cerrar el agua de la ducha. Bastante les he preocupado estos días como para volver a hacerlo. Corro hacia la puerta y me percato de que el cerrojo esté echado. Sí, por alguna razón lo eché al pasar.

−Nada, mamá –digo a través de la gruesa puerta. Me paso la lengua por los labios, recogiendo algo del sudor que perla mi piel, provocado por el vapor el agua−. Yo… solo me dolía un poco la tripa, pero estoy bien.

Se queda en silencio unos segundos que a mí se me hacen eternos. Trago saliva y casi soy capaz de escuchar su suspiro al otro lado.

−¿Seguro que estás bien, cariño?

−Sí, seguro. Ahora… ahora vuelvo a la cama.

−Está bien. Buenas noches, cariño.

−Buenas noches, mamá.

Escucho sus pasos alejarse por el pasillo y me dejo caer de rodillas frente a la puerta, suspirando. No sé cómo…

ѼѼѼ

El gélido viento de la noche me rodea. Por un momento me siento libre, como si estuviese a punto de echarme a volar. Abro los ojos y ahogo un grito cuando veo que estoy, una vez más, sobre la barandilla de la terraza. Como aquella vez en la que casi salto. Intento controlar mi respiración. ¡No sé cómo bajar de aquí!

−No tiembles, Cristian –me digo, intentando infundirme ánimos a mí mismo−. Tú puedes bajar. Puedes hacerlo.

Sin embargo no sé cómo hacerlo. Si giro sobre mí mismo puedo caer al vacío y… si me agacho también. Estoy a punto de soltar un gemido cuando me doy cuenta de que, quizá, pueda salvarme con un dolor de culo y poco más. Haciendo acopio de todas mis fuerzas y rezando por no golpearme la cabeza contra nada por segunda vez en pocos días, me dejo caer hacia atrás, hacia el interior de la terraza. Caigo y por un momento siento que el suelo nunca va a llegar, que voy a seguir cayendo hasta perder la consciencia. Pero no es así. Mi culo se golpea con fuerza contra el suelo y el dolor que siente mi rabadilla se extiende por toda la columna. Tengo que hacer un esfuerzo monumental por no soltar un grito. Lo consigo. Es entonces cuando me percato de que estoy vestido. No recuerdo haberlo hecho. Me muerdo los labios mientras aguanto las lágrimas que pugnan por salir. ¿Va a ser siempre así? ¿O es, en verdad, una mala jugada de mi subconsciente?

Prefiero no pensarlo. Me levanto por fin del suelo –todavía con el culo dolorido−, y acabo arrastrando mis pies hacia mi habitación. Desde el pasillo escucho los ronquidos de mi padre y puedo ver el reflejo de la luz de mi mesilla iluminando una parte del mismo. Tampoco recuerdo haberla encendido.

En cuanto llego a mi cuarto, veo que sobre el escritorio hay un folio y, sobre él, un bolígrafo rojo. Me quedo quiero, paralizado, como si dos manos fantasmales me anclaran al suelo. De nuevo esa sensación gélida recorre cada fibra de mi cuerpo y tengo que hacer verdaderos esfuerzos para dar cada paso, para acercarme, aterrorizado, hacia el escritorio. En el folio hay algo escrito en letras mayúsculas, gruesas, hechas con un montón de líneas furiosas, como esas cartas que los psicópatas a veces escriben a sus víctimas en las películas y en las series de televisión. Todavía temblando, alargo las manos para coger el folio, el mismo que hace que me dé cuenta de que todo esto no ha hecho más que empezar.

para-seliria.png

2018 © CREOWEBS. Diseñamos y creamos