QUIERO NAVEGAR EN TUS OJOS

AVISO SPOILER: No leer si no habéis leído El Príncipe de los prodigios. Fanfic basado en los libros de Victoria Álvarez (la trilogía de Helena Lennox) editado por Nocturna ediciones.

El estruendo de un trueno cercano me arranca de mi ligero sueño. No sé qué hora es, pero la oscuridad sigue reinando en Nápoles. Adormilada, me estiro bajo las ropas de la cama, sintiendo entonces un pesado brazo alrededor de mi cintura. Intento enfocar la vista, encontrándome con el relajado rostro de Arshad muy cerca del mío. Un relámpago ilumina por una fracción de segundo la pequeña habitación, mostrándome la media sonrisa que dibujan sus labios. Esos que hace apenas unas horas me hicieron el mejor regalo de mi vida. El simple hecho de recordarlo hace que el calor suba hasta mis mejillas, tiñéndolas de carmesí.

Fuera, el cielo llora. Ayer —porque intuyo que ya habremos pasado la media noche—, fue el peor y a la vez el mejor cumpleaños de toda mi vida. Desde luego ha sido inolvidable. La ausencia de mi madre me duele, y aunque entiendo que mi padre se olvidara de felicitarme, me he sentido un poco desamparada. Y más aún cuando Arshad y yo hemos tenido que despedirnos de Raza. No puedo evitar sentir, de nuevo, que de no ser por mí seguiría vivo, que volvería a llamarme memsahib con esa voz templada y esa sonrisa amable siempre en sus labios. Siento un pellizco en el corazón que provoca que mis ojos se humedezcan. ¿Cuánto he llorado últimamente? Con la mano que soy capaz de mover, me aparto las traviesas lágrimas que pugnan por salir y empapar mis mejillas en el mismo instante en el que un nuevo relámpago, y su consiguiente trueno me hacen dar un pequeño bote.

—Helena, ni que fuese la primera tormenta que ves —me recrimino, quizá buscando una excusa para no seguir pensando en todo lo que ha sucedido en esos últimos días.

Y entonces se mueve. Junto con un breve quejido, Arshad tira de mi cintura para acercarme a él. Estuvimos hablando hasta muy tarde, y de hecho no sé en qué momento nos quedamos dormidos. De hecho, ni siquiera sé cuándo me tapé con la ropa de cama. ¡Si mi padre supiera que está aquí lo mataría! Poco a poco mi vista se acostumbra a la oscuridad y soy capaz de atisbar sus rasgos. Con cuidado de no despertarle, acerco mis dedos hacia su rostro, retirando un par de bucles negros que caen por su frente. Me gusta el tacto de su cabello enredado entre mis dedos, el cosquilleo que este provoca. Siguiendo con mi reconocimiento, deslizo los dedos hacia su mejilla, dibujando con ellos la cicatriz que ahora la adorna, aquella que nos recuerda todo por lo que hemos pasado hasta llegar aquí, a este instante. Sus labios, cerrados, vuelven a recordarme que hace apenas unas horas fueron míos, y que los míos fueron suyos. Y aunque hay un cúmulo de dudas en mi cabeza sobre lo que todo esto puede acarrearnos, ahora mismo solo puedo pensar en lo segura que me siento entre sus brazos, en la sensación de ser una con él cuando nos abrazamos, cuando nos besamos entre las olas del mar.

—¿No has quedado satisfecha, Helena Lennox?

Sus ojos se abren casi de golpe, conectando con los míos. Mi corazón brinca, late tan fuerte de repente que siento que va a salir a través de mis costillas. Entreabro los labios, intentando decir algo coherente, y agradezco que la oscuridad oculte el rubor que se ha instalado en mis mejillas. Haciendo un mohín, aparto la mano de su mejilla. Hay un brillo travieso en sus ojos, en esos en los que soy capaz de navegar, de perderme en busca de una y mil aventuras.

—Quizá no es tan bueno como usted cree, señor Singh.

Su brazo cierra el cerco alrededor de mi cintura hasta que soy capaz de sentir su cuerpo pegado al mío a pesar de las telas que nos separan. No soy capaz de apartar la mirada de sus ojos, y menos aún cuando la mano que hasta el momento reposaba tranquila en mi espalda, asciende lentamente por ella hasta enredarse entre mi maraña de cabellos. Y es en ese instante en el que me confirmo que sus ojos son lo primero que quiero ver cada mañana al levantarme, y su respiración la música que deseo que me acompañe en mis sueños.

Apoya su frente sobre la mía, cerrando los ojos. Su respiración rosa mis labios provocando que cada fibra de mi cuerpo tiemble, se estremezca. Sus dedos, enredados en mi pelo, rozan con ternura mi nuca, arrancándome un breve gemido que muere en el breve espacio que separa nuestros labios. Ahora mismo siento que hay un huracán entre ambos, uno tan fuerte que amenaza con tragarnos, con arrastrarnos hasta la locura.

—Helena…

¡Qué bien suena mi nombre entre sus labios!

Quiero llamarlo, susurrar su nombre para que sienta lo mismo que él me provoca. Pero me ha robado la voz. Al igual que ha hecho con mi cordura y con mi corazón. Cuando abre los ojos vuelvo a navegar en ellos, persiguiendo ese brillo que me hipnotiza, que me enreda y me atrapa. No hace falta que digamos nada. Nuestros silencios dicen más que las palabras. Como movidos por los hilos de un destino que nos ha unido, nuestros labios se encuentran para volver a saborear el inicio de un nuevo camino, la canción de un nuevo amor. Y aunque el cielo sigue llorando, espero que mañana, cuando despertemos de este sueño, brille el sol.

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