Sentía el frío calarle hasta los huesos. Aquel lugar era realmente desesperante, y más aún a sabiendas de que su tiempo se agotaba lentamente. No sabía cuántos días llevaba allí dentro, ni cuánto le quedaría de vida. Solo esperaba que si tenía que morir, fuera lo más rápido posible. Las esposas y los grilletes habían rasgado su piel hasta hacerle heridas realmente feas en sus articulaciones, algunas ya incluso infectadas por las malas condiciones de la celda. Y el estar constantemente sentada y con los brazos en alto no hacía más que conseguir que cada fibra de su cuerpo le doliera. El incesante sonido de las gotas de agua caer sobre los pequeños charcos del suelo de aquel enorme piso de la prisión era lo único que rompía el angustioso silencio que reinaba en el Nivel seis de Impel Down. Todos los presos que se alojaban allí estaban condenados a morir, algunos por ejecución, otros de viejos o de inanición debido a sus condenas de cadena perpetua. Pero aquello no era lo peor para Jacqueline. En su corazón sentía que había fallado, que no había conseguido mantener la promesa de ser sus ojos dentro del Gobierno Mundial, que había fracasado en su tarea y decepcionado a aquellos que ya diez años atrás salvaron su vida y la de las gentes de su Isla natal: Dressrosa.
Apretó los puños con fuerza mientras dos lágrimas de impotencia recorrían sus mejillas, limpiando su piel y dejando dos surcos en ella. Si tan solo hubiera sido un poco más fuerte, o si hubiera sabido cómo mantener mejor su privilegiada posición de Shichibukai…
─Oh, llorar no sirve de nada, niñita. ─Una escalofriante voz de mujer salió de la oscuridad de la celda. La mala iluminación del lugar hacía que apenas pudieran vislumbrarse siluetas, y el eco distorsionaba las voces más alejadas, impidiendo casi reconocer algunas de ellas, pero juraría que la había oído en algún lugar─. Cuando quieras darte cuenta esos debiluchos estarán en el infierno contigo. ─La escandalosa risa de aquella mujer provocó, como acto reflejo, que la pelirroja intentara levantarse para saltar hacia ella, cosa que los grilletes y las cadenas impidieron─. Vamos, vamos, no gastes tus pocas fuerzas en intentar imposibles. Nunca llegarás hasta aquí. ¡Si apenas puedes limpiarte una puta lágrima!
─¡Ya basta, Cassiopea! Lo único que eres capaz de soltar por esa boca es veneno ─escupió otro de los presos. Por lo que pudo adivinar por el sonido de su voz, debía encontrarse a su derecha, un poco más cerca de lo que estaba la otra pirata─. No estás en la mejor posición para hablar tampoco, así que métete la lengua en el culo, que al menos allí hará algo de provecho.
─¡Uhhhhhh! El principito de Impel Down se enfada. ¡Qué miedo! ─La mujer volvió a reír escandalosamente.
─A ver si te sacrifican de una vez, puta.
─Lo siento, principito, pero yo no pienso morir hasta que no vea a ese plumífero yonkou perder la cabeza. Me arrebató el título, me robó Dressrosa cuando estaba a punto de destruirla y de hacerles pagar por su ofensa… ¡Pero yo le veré morir! ¡A él y a toda su escoria! ─Jacky emitió un gruñido al escuchar aquello. Sabía que conocía aquella voz y aquella escandalosa risa. Volvió a tirar de los grilletes y las cadenas con sus pocas fuerzas, pero le fue imposible moverse.
─No escuches sus palabras, tigresita. Cassiopea no es más que la sombra de lo que una vez fue. Es la locura que queda de los delirios de grandeza de quien una vez fue un yonkou. Lo que ocurre es que no es consciente de que lleva aquí casi diez años y de que no volverá a ver la luz del sol. Ni nosotros tampoco. ─La voz de aquel hombre era tranquila, relajada, pero el deje de cansando era más que reconocible en cada frase. Parecía haber aceptado su destino hacía mucho.
─Lo sé… ─atinó a decir la pelirroja, agachando la cabeza. Aquella voz le había traído recuerdos, muchos, todos ellos de una época oscura y complicada, pero que resultó ser el comienzo de su verdadera aventura.
Dressrosa era una Isla pacífica. Aunque sus habitantes no nadaban en la abundancia, desde el siglo oscuro habían logrado mantener un reino tranquilo, lejos de las guerras y con muy buenas relaciones comerciales con los reinos vecinos. La gente cultivaba sus tierras, trabajaban para ganar algo de dinero e incluso ayudaban como podían a aquellos que por simples reveses de la vida se veían abocados a vivir en la calle. Hasta que llegó ella. Cassiopea se había alzado muchos años atrás como una de los cuatro yonkous del Nuevo Mundo y las batallas entre ellos eran realmente cruentas. Poco a poco las islas aliadas de Dressrosa fueron sometiéndose a las diferentes banderas, aceptando la protección de uno de aquellos grandes piratas a cambio de algo valioso para ellos. Algunas habían aceptado el buen trato de Byakko D. Louis, el Tigre Blanco, famoso por su justicia y su buen hacer, ya que las islas que aceptaban su bandera tenían su protección sin que les pidiera nada a cambio de no ser estrictamente necesario. Otras habían aceptado la durísima dictadura de Draco, un hombre serio y firme cuyo objetivo era conseguir no solo el mayor poder militar posible en el mar, sino también en las islas que se unían a su bandera. Sukrá, por su parte, apenas tenía islas en las que ondeara su bandera, ya que solo aquellas en las que había sembrado el terror habían aceptado darle todos los bienes y servicios que necesitara en cualquier momento, sin importar que pidiera imposibles o que los usara como meras monedas de intercambio. Cassiopea no era mejor que él.
Durante muchos años, la isla pasó desapercibida debido a su pobreza y a lo poco que podía ofrecer, hasta que la yonkou conoció la leyenda de las hadas. Aquello le interesó especialmente, y no tardó mucho en aparecer allí, someter al rey bajo su mandato y obligarle a hablar, a contar todo acerca de aquellas extrañas hadas que vagaban libremente por la Isla. Se decía que eran capaces de hacer crecer cualquier planta, que su fuerza era descomunal y que eran prácticamente invisibles al ojo humano si se lo proponían. Pero el rey no habló, no dijo nada acerca de aquellas pequeñas criaturas, lo cual enfadó enormemente a la mujer. Pero no destruyó la isla, aquello habría sido demasiado fácil, por lo que como castigo para el rey y un aviso para los habitantes de Dressrosa, Cassiopea se llevaría cada año a todos aquellos niños que hubieran cumplido ya los diez años y que tuvieran potencial de lucha, obligándolos a ser parte de su tripulación. En el famoso Coliseo Corrida obligaba a los niños a luchar entre sí y contra diversas criaturas. Algunos perdían la vida, otros sobrevivían a duras penas, y los pocos que destacaban eran llevados al mar con ellos. Y así habían pasado ya más de veinte años.
Pese a que muchas de las tripulaciones aliadas de la yonkou pasaban por la isla, esta seguía siendo pobre y muchos habitantes continuaban viviendo de la caridad de los ciudadanos. Jacky era una de esas personas. No recordaba cuándo ni cómo había perdido a sus padres, pero desde bien pequeña había malvivido en una casa medio derruida a las afueras de la capital. Al principio había vivido tan solo de las limosnas de los vecinos cercanos, de los restos de comida y la ropa vieja que le cedían por la bondad de su corazón, pero en cuanto cumplió los 11 años comenzó a buscarse pequeños trabajos por los que conseguía lo mínimo y necesario para vivir. No era una vida perfecta, pero tampoco le parecía tan mala. Y seguiría siendo así siempre y cuando Cassiopea no la encontrara. Llevaba huyendo de ella desde que cumplió los diez años, y muy pocos vecinos eran conocedores de sus habilidades con la espada, un arte que había cultivado por simple afición y para poder protegerse de los ladrones, merodeadores y malas gentes que rondaban por las zonas pobres de la isla. No era una gran espadachina, pero había conseguido depurar su técnica hasta el punto de poder derrotar maleantes bastante más grandes que ella.
Aún podía recordar aquel día como si hubieran pasado apenas unas horas. Los habitantes de Dressrosa no soportaban las duras y crueles pruebas por las que pasaban los niños para sacar a relucir sus posibles habilidades y, tras una serie de reuniones y una gran agitación social por el tema, el ejército del Rey junto con algunos de los ciudadanos venidos de todas partes de la Isla iban a hacerle frente a aquella mujer, a renunciar a su bandera y a intentar acogerse a otra mejor. Algunos de los últimos Supernovas habían empezado a coger fama y fuerza, y sus nombres resonaban más alto de lo que a los yonkous les gustaría. Quizá, pensaban, alguno de ellos retomaría el lugar de Cassiopea cuando se libraran de ella. Quizá alguno de ellos pudiera ver la belleza escondida de Dressrosa y amarla tanto como la amaban sus habitantes. Aquel era el día de su decimoquinto cumpleaños y, al mismo tiempo, el día en el que se decidiría el futuro de Dressrosa.
Agradeció haberse puesto pantalones, ya que le iba a ser muy complicado andar por las calles de la capital sin que los hombres de aquella mujer la vieran. Saltó hacia uno de los tejados cercanos al Coliseo y se acuclilló, a la espera de poder colarse por algún lado. Los pantalones que llevaba estaban más que viejos, lleno de remiendos y con los bajos totalmente carcomidos. Cubriendo el resto de su cuerpo llevaba una camisa se hombre que se ajustaba perfectamente a su abultado pecho, pero la cual tenía que atar con un nudo en la zona de la cintura para evitar engancharse con todo. Y, cogidas con una cuerda, tres espadas que en algún momento habían pertenecido a maleantes que ella misma había derrotado. Dejó escapar un largo suspiro.
─El ambiente está un poco tenso ─dijo una voz junto a su oído. Una pequeña tontatta de cabello rosa y vestida totalmente de negro se asomó por entre la larga melena de la muchacha. Jacky asintió firmemente mientras fijaba la vista en la puerta principal del enorme Coliseo Corrida. Allí parados había al menos un centenar de hombres, todos ellos pertenecientes al ejército del rey. Al final la Isla iba a rebelarse antes de que aquella bruja pudiera llevarse a más niños.
─No me extraña. ¿Ves todos esos soldados delante del Coliseo? He oído que van a informar a la yonkou de que el rey ha decidido no seguir bajo su bandera. Algunos dicen que incluso el propio rey Rikku vendrá a decírselo en persona.
─¡Pero le hará daño! ─exclamó la pequeña tontatta, agarrándose al pelo de la muchacha─. ¿Por qué no ha avisado al reino tontatta? ¡Le habríamos ayudado!
─Porque no creo que el rey quiera involucraros en esto. Sois muy importantes para Dressrosa.
─¡Ah, claro! ¡Es por eso! ─exclamó la pequeña, con una sonrisa, lo que hizo que Jacky soltara una pequeña risita también. Había conocido a Chi hacía ya más de tres años, y desde hacía al menos uno se había quedado a vivir con ella.
─¿Y qué pasará en caso de que Cassiopea amenace con destruir la Isla?
─Por lo visto el ejército luchará. Y el pueblo también. Hay solda… ─La pelirroja se tensó un instante. Aquella voz no era la de Chi, sino que era una voz de hombre. Y había sonado a su espalda. Con un rápido movimiento giró sobre sí misma, desenvainó dos de las tres espadas y se colocó en una posición de ataque, dispuesta a lanzarse contra aquel desconocido.
─Hummmm… es muy arriesgado. ─Frente a ella había un gran hombre, de cuerpo musculoso y bien trabajado, con el pecho totalmente al aire y unos pantalones anchos cubriendo sus piernas. Sobre los hombros llevaba un curioso y, a su parecer, ridículo poncho que le hacía parecer un loco. Aunque lo que le pareció más extravagante a la muchacha, aparte de sus dos pares de cejas, era el enorme sobrero de pato que llevaba a la cabeza, el cual cubría su cabello y apenas dejaba a la vista los enormes pendientes de aro que adornaban sus orejas. Era un hombre muy extraño.
─¡¿Quién eres tú?! ─Le vio sonreír mientras la miraba, acuclillado como lo estuviera ella. Aquel rostro… lo había visto antes, pero no recordaba bien dónde.
─¿Te gustan los patos? ─El hombre sonrió ampliamente, sin moverse de su sitio ni apartar la mirada de la chiquilla. Aquello la puso aún más nerviosa y apretó las empuñaduras de ambas espadas. ¿Estaba tomándole el pelo?
─¡Te he hecho una pregunta! ─exclamó.
─Ten. ─No supo exactamente de dónde lo sacó, pero de pronto tenía frente a ella una cría de pato Australiano, más grande aún que la pequeña tontatta que permanecía escondida entre sus cabellos─. Te regalo un pato.
─¡NO QUIERO UN PUTO PATO! ─exclamó, casi temblando. Sentía que se estaba riendo de ella, y aquello no le gustaba nada. Pero ver aquel pequeño animal hizo que en su cabeza apareciera rápidamente la imagen que llevaba segundos buscando. Claro que le había visto ¡era el Señor de los Patos! ¡Uno de los piratas más nombrados de los últimos años! Se echó hacia atrás, tragando saliva. ¿Sería parte de la tripulación de Cassiopea?
─¡TÚ, CEJUDO DE MIERDA! ─Una nueva voz se alzó un poco más lejos. También era la de un hombre, pero lejos de sonar tan tranquila y pasota como la de aquel excéntrico señor, parecía cabreado─. ME CAGO EN TU PUTA MADRE. ¡¿NO VES QUE ESTE NO ES EL PUERTO?!
─¡TÚ CALLA, PEDAZO DE BASURA CON PATAS! ¡¿NO VES QUE ESTOY HABLANDO CON UNA SEÑORITA?! ─Aquello era realmente estúpido. O aterrador, dependiendo de cómo se viera. Los dos hombres continuaron gritándose, metiendo a un tercero que, por lo visto, ni siquiera abría la boca. Jacky aprovechó aquello para alejarse hasta el borde del edificio y saltar hacia la calle. Tenía que huir de ahí, alejarse de aquellos peligrosos hombres antes de que pudieran hacerle daño.
Una vez en el suelo envainó las espadas, y con el susto en el cuerpo por haberse encontrado de cara con alguien como aquel reconocido pirata, comenzó a correr sin rumbo, con la mala suerte de que al doblar una esquina chocó de bruces con un cuerpo. El propio choque hizo que retrocediera un paso, evitando perder el equilibrio y caer al suelo. Sintió una mano agarrar su cabello con fuerza, tirando de él antes de que pudiera hacer nada. Emitió un gruñido y alzó la mirada, quedándose completamente pálida al ver frente a sí a uno de los tripulantes de la yonkou: había llegado.
─Vaya, vaya, una gatita perdida ─se mofó el hombre. Olía a una fuente mezcla entre ron, sangre reseca y sudor, algo que hizo que se le revolvieran las tripas. El hombre tiró con más fuerza de su pelo, obligándola a acercarse hasta él─. No me suena tu cara, pero por tus pintas eres de aquí. Enséñame tu marca.
─… ¿Qué? ─atinó a susurrar, temblando ligeramente. Una marca. ¿Acaso aquella mujer marcaba a los supervivientes que no servían para su barco como si fueran mero ganado?
─He dicho que me enseñes tu puta marca, gatita. ¿O es que has sido mala y has desobedecido las órdenes de Cassiopea? ─El tono de burla de aquel pirata empezaba a ponerla enferma, pero el terror que sentía por las represalias de la mujer era aún peor. Dejó escapar un pequeño quejido de dolor, sin querer, cuando el hombre volvió a tirar de su pelo─ ¿Sabes lo que les pasa a aquellos que desobedecen a Cassiopea?
─¡Keep Out! ─No supo de dónde había salido aquello, pero de repente una especie de tira de piedra comenzó a rodear a aquel pirata, quien, por el pánico inicial, soltó el pelo de Jacky, haciéndola caer al suelo de la impresión. La pelirroja no podía apartar la vista de aquello; era como una serpiente abrazando a su próxima víctima antes de comérsela, solo que aquella serpiente estaba hecha de losas de piedra y se estaba convirtiendo en la cárcel de aquel desgraciado.
Sintió una mano coger la suya de repente, tirando de ella para obligarla no solo a levantarse, sino también a correr, algo que hizo sin apenas darse cuenta.
─¿Qué…? ─Frente a ella había un muchacho que debía tener su edad, realmente guapo y con una expresión seria en el rostro. Su cabello oscuro, cortado a tazón, brillaba bajo los rayos del sol de aquella mañana y sus ojos claros la miraban intensamente tras los cristales de sus gafas. Aquel chico no era de allí. Nunca antes le había visto, y las ropas que llevaba no se asemejaban a lo que solía verse por Dressrosa.
─¡Vamos, por aquí! ¡Los hombres de Cassiopea están llegando desde el puerto! ─La animó el chico. Jacky asintió, corriendo rápidamente por las calles a su lado, alejándose no solo del Puerto sino también del Coliseo. Alzó la mano libre hacia su cabello, temerosa de haber perdido a Chi durante todo aquello, pero enseguida dos manitas se agarraron a uno de sus dedos y sonrió. Estaba bien─. Dime un lugar seguro al que podamos ir. Te esconderás allí.
─¡Al Campo de Flores! ─exclamó de repente Chi. Y todo pasó en un momento. El chico se giró ligeramente sorprendido, Jacky abrió los ojos como platos al darse cuenta de que la pequeña tontatta había contestado sin darse cuenta y, cuando el muchacho tropezó con sus propias piernas de la impresión, ella no pudo evitar chocar con él y caer al suelo, rodando calle abajo varios metros.
─Todo correcto, Capitán. La chica está a salvo. ─Habían llegado al Campo de flores poco después de aquel incidente. Aunque habría querido mantener a Chi oculta, que hubiera sido tan espontanea solo había ayudado a que fuera descubierta. Sin embargo el muchacho no había dicho nada, ni siquiera había hecho amago de cogerla, sino que se había levantado del suelo, había ayudado a la pelirroja a ponerse en pie también, y había vuelto a correr en dirección al campo de Flores, donde se encontraban en aquel momento.
─¡Menos mal! Alguien que ama los patos no debería andar por ahí huyendo. ─Aquella voz… ¡Era la del señor raro! ─. Déjala allí a salvo y vuelve al Coliseo. Cassiopea está llegando y las gentes de la Isla van a hacerle frente sin pensar en las consecuencias. Vamos a echar a esa loca de aquí.
─¡CEJUDO DE MIERDA, DEJA DE DÁRTELAS DE IMPORTANTE! ─gritó otra vez aquella estruendosa voz.
─¡¡CIERRA LA BOCAZA, MACARRA DE LOS COJONES!! ¡¡VAMOS A MONTAR UNA FIESTA EN ESTA ISLA Y PASO DE QUE ESA VIEJA NOS LA AMARGUE!! ─Siguieron gritando, pero el muchacho colgó el denden mushi con un largo suspiro.
─Discúlpales, tienden a ser un poco intensos ─explicó el muchacho mientras guardaba el pequeño caracol. Durante un segundo sus miradas se aguantaron, hasta que él esbozó una media sonrisa─. Me llamo Cocinero.
─¡Eso no es un nombre! ─exclamó casi sin darse cuenta, lo que hizo reír un poco al muchacho.
─Bueno, en nuestra tripulación sí. ¿Tú te llamas…?
─Jacky ─contestó, cruzando las piernas en el suelo a lo indio tras estirarse─. Y ella es Chi. Es una tontatta. ─La pequeña saludó con la manita, sentada en el hombro de la pelirroja. El chico, curioso, se reclinó hacia ellas, sin perder la leve sonrisa de sus labios. Desde luego parecía mucho más amable que aquellos dos energúmenos.
─No sabía que existiese una raza como esta. Espero que cuando echemos a Cassiopea de aquí me hables sobre ellos.
─¿De verdad vais a luchar contra ella? Es una yonkou y….
─Mi Capitán es fuerte. Y mis compañeros también. Esa vieja loca no tiene nada que hacer contra nosotros, por muchos hombres que tenga, nosotros somos mejores. ─Asintió firmemente, levantándose─. Me gustaría quedarme, pero me esperan. No te muevas de aquí.
─Voy a ir ─dijo de repente, dejando a la tontatta en el suelo y levantándose con él.
─No digas tonterías. Es peligroso y tú no…
─Si unos extraños luchan por esta isla, yo no puedo ser menos. ─Le cortó, frunciendo el ceño─. Vivo aquí, amo esta isla, y no voy a dejar que le hagan daño. Aunque eso signifique aliarme con unos piratas durante un rato. ─El muchacho se llevó la mano a la frente, suspirando, pero a ella le dio igual. Se acuclilló, mirando a Chi con una sonrisa, la cual la observaba anonadada─. Quédate aquí.
─¡No! ─exclamó la pequeña, dando un firme pisotón en el suelo─ ¡Lo que has dicho es verdad! ¡Si unos extraños luchan, nosotros también tenemos que hacerlo! ¡Voy a avisar a los demás! ¡Los tontatta se van a unir a la lucha! ─Jacky no puedo evitar soltar una pequeña risita. Iba a ser realmente divertido ver cómo aquello que tanto ansiaba Cassiopea iba a luchar por echarla de allí.
─¡¿Estáis locas o qué?! No es por nada, pero… ¿has visto su tamaño?
─No juzgues a los tontatta sin verlos. Que no te engañe su tamaño, porque de una patada pueden romperte un hueso. ─Esa vez fue ella la que agarró la mano del muchacho, tirando de él hacia la ciudad nuevamente antes de que pudiera seguir diciendo nada─. Vamos, hay una yonkou a la que derrotar.
Algunas mujeres y niños ya huían del centro de Dressrosa, despavoridos. Algunos llevaban pequeñas bolsas de viaje a la espalda, otros simplemente corrían con lo puesto. Cassiopea había desembarcado, había llegado hasta la puerta del Coliseo Corrida y, allí, se había encontrado con la oposición del pueblo a su bandera y sus peticiones. Cocinero le hizo una señal para que guardara silencio cuando llegaron a las inmediaciones del edificio, señalando hacia el tejado. Ella asintió y subió hasta arriba tras él, saltando encima de unas viejas cajas de madera abandonadas para llegar mejor. Se situaron al borde más cercano al Coliseo, asomándose para ver lo que ocurría antes de ocurrírseles saltar directos a la batalla.
Tal y como decían los rumores, el propio rey Rikku había salido del palacio para comunicar su decisión a Cassiopea. Tras él, y en guardia, el centenar de soldados que habían estado esperando desde primera hora de la mañana. Del otro lado y frente al rey estaba Cassiopea, tan hermosa como peligrosa, con aquel traje color marfil que parecía estar recubierto de escamas y aquel cabello verde césped que caía creando preciosos bucles hasta sus nalgas. Y tras ella sus hombres. No llegarían a los cincuenta, pero estaba más que claro que al menos una decena de ellos eran tan fuertes como su capitana. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y se encogió ligeramente. En verdad era una locura enfrentarse a tal monstruo. Las habladurías decían que era como una víbora, que su mirada era capaz de petrificar a todos aquellos que osaran enfrentarla, y que su aliento era puro veneno. Casi por acto reflejo agarró la mano del muchacho que había ido con ella y la apretó firmemente, relajándose cuando sintió el apretó de vuelta.
─Todo saldrá bien ─dijo Cocinero, completamente seguro de sus palabras. No sabía cómo un chico de su edad podía estar tan seguro de algo tan difícil como aquello.
─Bueno, un poco complicado sí que lo tendremos. ─La muchacha dejó escapar un pequeño grito que ahogó tapándose la boca cuando escuchó una voz a su espalda. Aquel extraño señor de cuatro cejas había vuelto a aparecer y estaba nuevamente acuclillado a su espalda.
─¡Joder, no hagas eso! ─exclamó, con el corazón latiéndole a mil por hora. ¡Al final iba a conseguir que le diera un infarto!
─Pero dejádmelo a mí. Yo me encargaré de esa vieja. ─Sintió cómo la rabia se acumulaba en su joven cuerpo. ¡Ni siquiera la estaba escuchando! Iba a encararse con aquel extraño hombre cuando los primeros sonidos de los aceros entrechocando llamaron su atención. Se giró rápidamente, volviendo a su posición y observando cómo tan solo unos pocos piratas derrotaban a los hombres del rey sin el más mínimo esfuerzo.
─¡Tenemos que bajar a ayudar! ─exclamó, haciendo amago de levantarse, pero una enorme mano se posó en su hombro, deteniéndola. Cuando se giró vio al extraño pirata sonreír, negando con un leve movimiento de cabeza.
─Todavía no es el momento. Aún no ha saltado la señal.
─¡¿Señal?! ¡¿Qué puta señal ni qué mierdas dices, loco?! ¡Van a masacrar a mis vecinos! ¡A la gente de esta isla! ¡No hay que esperar ninguna señal! ─el hombre rió y aquello consiguió ponerla de mala leche. Se levantó y, tal y como estaba, le dio un puñetazo en toda la mejilla, el cual el hombre encajó sin moverse. Las lágrimas ya anegaban sus ojos. ¿Es que no comprendía lo que sentía?
─Tú solo mira ahí abajo. ─Era como si le hubiera pegado a una pared. Ni siquiera había cambiado el tono de voz. Iba a replicar de nuevo cuando la tercera voz que había oído varias veces aquel día y a la que aún no le había puesto rostro se alzaba por encima de la batalla.
─¡¡COMEOS ESA, DESGRACIADOS!! ¡¡AQUÍ VA NUESTRO ATAQUE ESPECIAL COMBINADO!! ─No podía creer lo que veía. Al otro lado de la calle, a las espaldas de los hombres de Cassiopea, había un hombre que parecía tan grande como el extraño pirata de cuatro cejas, apenas vestido con unos pantalones y un chaleco que le quedaba pequeño. El pelo, corto y negro, terminaba en su flequillo de punta, de un llamativo tono rubio. Y frente a él un hombre tan grande como una marmita, de llamativo color lila y redondo como una pelota. Cuando quiso entender lo que iba a pasar, el primero había pateado al pobre muchacho, que salió rodando contra los hombres de Cassiopea. Aunque ella y un par más de hombres se quitaron, el resto se quedaron quietos, entre risas, dispuestos a parar aquella bola de carne que rodaba rápidamente hacia ellos. Pero contra todo pronóstico y ante la mirada atónita de la pelirroja, el hombre del pelo lila no solo se los había llevado por delante, sino que había conseguido romper parte de la fachada del Coliseo al chocar contra él.
─Ahí está la señal ─dijo el Señor de los Patos, incorporándose─. ¡Vamos a patearle el culo a esa vieja bruja!
Cassiopea temblaba de rabia, observando totalmente anonadada cómo aquella bola humana se llevaba a sus hombres, aplastándolos contra el suelo y contra la fachada del Coliseo Corrida. ¿Cómo era posible? Apretó los puños, dejando de lado aquella expresión de superioridad que hasta entonces había utilizado con el rey para buscar al artífice de tal ofensa.
─¡¿Quién osa…?! ─No tuvo ni que terminar la pregunta. Desde lo alto de un edificio saltó frente a ella uno de aquellos rostros que tanto había visto en los últimos años: el que se hacía llamar Señor de los Patos. Con una cruel sonrisa se relamió, dando un par de pasos hacia él─. Vaya, vaya, así que al final uno de vosotros ha decidido retarme. Ya pensaba que nunca llegaría este día.
─Solo lo diré una vez: retira tu bandera de Dressrosa y lárgate de aquí o mis hombres y yo te echaremos y hundiré tu barco, Cassiopea. ─La risa de la mujer se alzó por encima de los quejidos de los hombres que Gordo había arrollado. Los dos piratas se miraron y el choque de sus poderes provocó que los hombres del Rey que aún permanecían en pie cayeran inconscientes al suelo. Jacky también sintió que el poder de aquellos dos conseguía sumirla en la oscuridad, pero Cocinero consiguió cogerla antes de que tocara el suelo─. ¿Esa es tu respuesta, Cassiopea?
─¿Acaso crees que dejaré uno de mis territorios porque un jovenzuelo con ansias de poder venga a exigírmelo? Acabas de firmar tu sentencia de muerte, muchacho. ─El cuerpo de Cassiopea comenzó a cambiar ante la atónita mirada de los presentes. Jacky ahogó un grito de terror, mientras que los hombres del Señor de los Patos se mantenían quietos y con la vista puesta en la yonkou. El cuerpo de la mujer aumentó de tamaño, manteniendo las proporciones, a la par que sus piernas se transformaban en la larga cola de una serpiente, de un precioso tono aguamarina, saliendo de ella una serie de cuchillas recubiertas de escamas de color marfil tan afiladas como el metal. De su torso brotaron dos brazos más, con los que pudo coger dos grandes guadañas mientras que los mechones de su cabello, poco a poco, fueron transformándose en largas y venenosas serpientes verdes.
─¿Q-qué demonios es eso? ─preguntó la pelirroja, dando un par de pasos hacia atrás. Jamás la había visto así.
─Es una Naga ─contestó una voz a su lado. Al girar el rostro pudo ver a aquel pirata con pinta de macarra, el cual se crujía los nudillos con una sonrisa─. ¡TÚ, CEJUDO DE MIERDA! ¡COMO NO SEAS CAPAZ DE PATEARLE EL CULO A ESE PUTO BICHO TE DARÉ UNA PALIZA!
─¿Por qué siempre se hablan así? ─se giró hacia Cocinero, que miraba la escena con la misma pasión con la que miraría un partido de Tenis: ninguna.
─En verdad le está dando ánimos. A su manera. Te acostumbrarás.
En cuanto aquel ser se lanzó contra el extraño pirata, el suelo comenzó a temblar, resquebrajándose para dejar paso a un fino pero potente chorro de agua que Cassiopea esquivó por los pelos. Aunque aquello pareció divertirla, porque empezó a reír escandalosamente.
─¡Eres usuario! Esto va a ser muy divertido. ─Jacky no podía moverse. La lucha entre aquellos dos monstruos de los mares había comenzado ante sus ojos, una pelea que le era difícil de seguir con los ojos. Serpientes que intentaban agarrar y morder al pirata, chorros de agua que conseguían, de vez en cuando, golpear a la mujer, lanzándola contra la malparada fachada del Coliseo. Pero no era la única pelea, sino que pocos metros más adelante, el pirata con pinta de macarra se enfrentaba a otro que parecía una enorme mole de piedra. ¿Y los ciudadanos creían que iban a poder contra aquellos monstruos? ¿De verdad se había planteado ella, minutos antes, lanzarse a la batalla contra ellos?
Dio varios pasos hacia atrás, atemorizada. Quería correr y esconderse, buscar a los tontatta y advertirles de que aquello era una auténtica locura. En su retroceso chocó contra algo, o mejor dicho contra alguien, que se giró hacia ella con una espada en lo alto. Era uno de los hombres de Cassiopea y la miraba como quien observaba un trofeo. Tuvo ganas de vomitar.
─Ven aquí, preciosa. Te lo pasarás bien en nuestro barco. ─ Como acto reflejo desenvainó dos de las tres espadas y lanzó un corte hacia él, con la zurda, con la intención de abrir una brecha en su defensa cuando la detuviera. El hombre, con una sonrisa de superioridad, detuvo el golpe a su derecha, descubriendo su pecho sin darse cuenta─. No te esfuerces, pequeña. Si seguro que te… ─No pudo decir nada más, pues Jacky había aprovechado aquella abertura para clavar la otra espada en su estómago, obligándole a doblarse y caer al suelo.
─¡A mí ni me toques, guarro! ─exclamó, sacando la hoja de la carne de aquel hombre y alejándose a la carrera. Pero apenas había dado un par de pasos, un hombre se colocó a su lado, agarrándola del pelo y tirando de ella con fuerza. Gritó, apretando los dientes por el punzante dolor que sentía en su cuero cabelludo.
─¡Vas a pagar por eso, zorra! ─Le cruzó la cara de un bofetón a la vez que soltaba su pelo, lanzándola ocn una fuerza sobrehumana contra el edificio más cercano. Sintió que se quedaba sin aire en los pulmones, que algo se rompía en su cuerpo. Paladeó el metálico sabor de la sangre en su boca y no pudo más que dejar escapar varias lágrimas. Era débil y, por un momento, se había creído capaz de ser de ayuda. Alzó la mirada, allí tirada, hacia el que la había golpeado, que se acercaba a ella mientras se relamía de manera lasciva. Sintió nauseas de nuevo. Quiso gritar, pero la voz no le salía─. Hace tiempo que los chicos y yo queremos un juguetito como tú. Te domaremos bien.
─¡NI SE TE OCURRA TOCAR A LA CHICA, PEDÓFILO DE MIERDA! ─No supo cómo lo había hecho, pero el macarra de la tripulación del Señor de los Patos había llegado hasta allí a una pasmosa velocidad. Con el brazo recubierto de algo brillante que no supo identificar a primera vista, golpeó el rostro de aquel pirata, saltándole varios dientes y lanzándolo hasta la pared de un callejón cercano, donde además de hacer un boquete en la pared, quedó totalmente inconsciente. El macarra se giró hacia ella, observándola con aquella mirada dura y salvaje, casi con desdén. Intentó moverse para alejarse, pero le dolía todo el cuerpo─. Tú, mocosa, ¿estás bien?
─S-si… ─consiguió contestar, volviendo a hacer esfuerzos para levantarse, pero el costado le dolía tanto que apenas podía moverse.
─Mientes de puta pena. ─Para su sorpresa aquel enorme hombretón sonrió ampliamente, enseñando su dentadura al hacerlo, a la vez que se acercaba a ella. La cogió en brazos, cual saco de patatas, pero con cuidado de no dañarla, y se alejó a la carrera de allí─. Ahora ni te muevas de donde te deje, mocosa.
─¡No eres mi padre! ─exclamó, sacando fuerzas de su propio mal genio. Era extraño, se había agarrado a él y sentía sus mejillas ardiendo, pero sin embargo había algo en su tono y en su forma de mirarla que conseguía cabrearla. Él gruñó, incluso la chica juraría que se le había hinchado la vena de la frente.
─¡MIRA, MOCOSA, QUE TE DEJO AHÍ TIRADA!
─¡PUES HAZLO! ¡YA VES TÚ QUÉ PROBLEMA! ¡GILIPOLLAS! ¡PERVERTIDO!
─¡NIÑATA CREÍDA!
Sí, aquella había sido la primera vez que les había visto. Y aunque habían conseguido despertar en ella un mal genio que hasta entonces desconocía, estaba a gusto a su lado. Les debía su vida, la vida del pueblo tontatta, que se había unido también a la lucha, y la de toda la isla que la vio crecer. Y cada día de su vida desde que decidió unirse a su tripulación, les debía sus conocimientos de lucha, las risas, las fiestas y el mundo que había descubierto a su lado. Su lealtad estaba con el Señor de los Patos y su tripulación, y todos sus esfuerzos iban a ir dirigidos a alzarle como el pirata más grande de todos los tiempos. Y su corazón…
Si hubiera podido mover las manos, si no las tuviera esposadas con kairoseki, se habría llevado la mano al pecho. Su corazón estaba física y emocionalmente con quien debía, y aquello era lo único que la tenía totalmente en paz. Se había negado durante años a aceptar aquella primera impresión, había escondido todo aquello que la aterraba bajo una larga lista de amantes y había desarrollado un curioso gusto por el cortejo. Le gustaba tener a los hombres a sus pies, sentir que con tan solo un golpe de melena aquellos desgraciados la seguirían hasta el fin del mundo, aunque si se resistían un poco lo hacían todo más divertido. Y sin embargo nada de eso había funcionado nunca con quien en el fondo quería. Soltó una triste carcajada. ¿Por qué se daba cuenta de todo aquello entonces? ¿Por qué tenía que haber recordado ese día, aquella batalla y aquel primer encuentro cuando ya no había nada que hacer? Allí, a las puertas de la muerte, a tan solo unas horas de su ejecución pública, solo podía pensar en que había decepcionado al hombre que más admiraba en todo el mundo, y que no había sido capaz de sincerarse con el que, sin duda, era el hombre al que más había amado jamás.