El cielo había amanecido cubierto esa mañana por oscuras y espesas nubes de tormenta. Hacía cuatro días que había comenzado a llover a cántaros en Isla Rubí y parecía que ese quinto día la lluvia no iba a darles tampoco una tregua. Sentada delante de la uno de los enormes ventanales de la sala de reuniones, Alexia observaba los surcos irregulares que las gotas dibujaban sobre el cristal de las ventanas. A veces intercambiaba esa visión por el reflejo de su madre trabajando, la cual parecía inmersa en un montón de pergaminos que su abuelo le había llevado hacía un buen rato. Dejó escapar un suspiro y poyó la frente sobre el frío cristal.
─¿Por qué no vas a jugar con tu hermano, Alex? ─La voz de su madre la sacó de su ensimismamiento, así que se giró y clavo su cristalina mirada en ella. Llevaba el pelo recogido en una trenza de espiga a un lado de su cuello, la cual caía sobre su hombro y su pecho como un río de lava. La muchacha hizo un mohín y negó, bajándose de la silla en la que se había sentado.
─Torin está enseñándole a leer ─contestó, acercándose hasta su madre y apoyando las manos sobre la mesa, aprovechando para impulsarse y dar un par de saltos─. Mamá, aunque esté lloviendo vamos al barco… ¡Quiero que Soren me enseñe a hacer armas!
─Cariño ─dijo la mujer, dejando la pluma sobre la mesa y soltando un largo suspiro que no auguraba nada bueno─, sabes que tengo que trabajar y ellos también. Mañana salen para Hispania y….
─Sí, ya ─la cortó Alex, torciendo el gesto─. Tienen que preparar el barco. Pero está lloviendo, mamá, y si mañana sigue así…
─Alexia, basta. ─La expresión de su madre se había endurecido, lo que hizo que diera un respingo y un paso hacia atrás. Quizá no debería ser tan insistente─. Si te aburres aquí, sube a escribir en el nuevo tomo que te ha regalado Daphne. O…
Un par de golpes en la puerta del despacho llamo la atención de ambas, que se giraron al instante. La puerta se abrió, dando paso a uno de los guardias que siempre estaban apostados ante las puertas de la sala. Se cuadró ante la reina, haciendo una reverencia y se aclaró la voz antes de hablar.
─Lamento molestar, capitana, pero hay aquí un grupo de jóvenes que preguntan por la señorita DeLion.
La mirada de Alexia se iluminó al instante y una sonrisa se instaló en su rostro. Como el primer día de lluvia ninguno había salido fuera de sus casas o de los barcos de sus padres, ya se pensaba que hasta que no pasara el temporal no iba a verlos. Pero por suerte se equivocaba. Se giró hacia su madre, dispuesta a hacer un puchero para convencerla, pero esta, para su sorpresa, había esbozado una sonrisa y, tras poner los ojos en blanco, le hizo una señal para que fuera.
─Ve, pero prométeme que no iréis a molestar al puerto.
Alexia dejó escapar un grito de alegría y corrió a abrazar a su madre, quien la acogió con cariño, besando sus cabellos. Aunque en ocasiones su madre podía parecer dura ─sobre todo cuando se trataba de trabajo o si había hecho alguna travesura que hubiera molestado a alguien de verdad─, debía reconocer que era bastante permisiva y le daba cuanta libertad necesitaba. De hecho todavía recordaba una de las noches en la que, volviendo de Louyang en el Therion, le había dicho que llegado el momento podía echarse al mar a vivir sus propias aventuras, sin miedo, siempre y cuando regresara de vez en cuando para ver que seguía bien. ¡Y vaya si tenía planeado hacerlo!
─Seremos buenos ─prometió antes de soltarse de ella y salir corriendo hacia la puerta. El soldado, al ver a Alexia precipitarse hacia la puerta, se apartó de una zancada para dejarla pasar y, una vez hecho, se despidió con una reverencia de su capitana y cerró la puerta para dejar que siguiera trabajando.
─¡Ahí está! ─La voz de Zabe llegó clara hasta sus oídos. En la puerta del enorme palacio y con un charco cada vez más profuso a sus pies estaban sus amigos.
Con el asentamiento de los grandes piratas y parte de sus tripulaciones aliadas en la isla, no solo habían florecido los negocios, sino también las familias. Muchos piratas y mercantes que solían ir y venir de las naciones tenían hijos que o bien viajaban con ellos, o a los que habían dejado en la isla, al cuidado de unas amables taberneras, para que tuvieran una infancia algo menos peligrosa. Había ya unos cuantos de ellos por allí, y aunque los conocía a todos ─era una isla pequeña, con lo cual lo extraño era no conocerse─, Alexia había hecho amistad con dos muchachos hispanos, hijos de mercaderes, llamados David y Felix, una abiense hija de piratas llamada Zabe, un varego al que Tati había rescatado un par de años atrás llamado Jared y Claudia, la hija del tabernero más conocido de toda Isla Rubí procedente de Gestel. Los seis habían formado su pequeña tripulación y habían asentado su base en la pequeña playa que había entre el puerto y el acantilado, el lugar más codiciado por todos los niños y el cual estaba en continua disputa.
─¡David ha encontrado algo genial! ─exclamó Jared en cuanto ella se acercó. Había gritado tanto que los dos soldados apostillados ante las puertas de la sala de reuniones y tres de los sirvientes de Gloria se habían girado hacia ellos. Eso provocó que tanto Zabe como Claudia le dieran sendas collejas al varego, que se quejó mientras se acariciaba la dolorida nuca─. ¡Au! Joder, sois unas brutas.
─No hables tan alto, mendrugo ─le regañó Zabe en un susurro─. ¿No ves que si nos descubren no nos dejarán ir?
─¿Ir a dónde? ─preguntó ella, intrigada, agarrándose a una de las manos de su amiga mientras posaba la mirada en sus azules ojos. Ella, tras apartarse unos mechones anaranjados de la cara, le dedicó una socarrona sonrisa de superioridad.
─Te lo diremos en cuanto lleguemos a la playa.
La lluvia parecía haber amainado un poco y se había convertido, por el momento, en una fina llovizna que, aunque constante, daba un poco de tregua a los trabajadores del puerto para poder cargar y descargar los barcos con calma y pudiendo ver más allá de su propia nariz. Los seis niños no tardaron mucho en salir del asentamiento, yendo directos hacia la playa. Gracias al tiempo, el grupo de Arthur ─su eterno enemigo en aquella lucha de bandos─, no estaba allí, por lo que pudieron sentarse en la gran roca que, bañada por las olas del mar, presidía el pequeño paraíso que habían hecho suyo.
─Bueno, ¿me lo contáis ya o qué? ─preguntó Alex nerviosa, arrodillada sobre la piedra y con la vista fija en Felix y David.
─David, que ya está con sus cuentos de fantasmas ─dijo el primero, burlón, mientras se acariciaba la pluma negra que colgaba de su oreja. Nunca lo había visto sin ella.
─¡Calla, no son cuentos! ─exclamó entonces el segundo─. Ayer al anochecer, cuando la lluvia cesó, salí para recoger algo de leña. Con el viento muchas ramas se han soltado, y bueno…
─¿Quieres ir al grano? ─le alentó Zabe, nerviosa.
─Perdón ─dijo el chico entonces, algo azorado por la mirada que le había echado su amiga─. Pues mientras recogía las ramas escuché sonidos cercanos, como un rasgueo.
─¿Cómo cuando un conejo se remueve entre los arbustos? Por favor, dime que no es una puta historia de conejos. ¡Son seres del infierno! ─dijo Jared, aguantándose la risa, lo que hizo que se ganase una colleja por parte de Zabe.
─Shhhh cállate, Jared.
─¡Si hubiera sido un conejo lo sabría! ─exclamó David, resoplando─. Era más… como el sonido de una cortina enganchándose con la ventana, pero a lo bestia. Frus frus frus frus. ─El intento del muchacho por imitar el sonido provocó que todos estallaran en carcajadas. Él, al darse cuenta, se puso algo rojo, se rascó la nuca y acabó por reír también, encogiéndose de hombros.
─Ay, David, no cambies nunca ─le dijo Alex, dándole un fuerte abrazo─. Bueno, ¿y entonces qué?
─Pues me acerqué y… vi algo allí, agazapado. No me acerqué mucho, pero pude verlo, de verdad. Un brillo rojizo entre ellos me hizo soltar un quejido y entonces algo se incorporó y salió corriendo. Os juro que era una figura alta y completamente blanca.
─¡Un fantasma! ─exclamaron Zabe, Claudia y Alex a la vez.
─¿Y sabéis lo más curioso? ─añadió David al ver que sus amigas estaban tan emocionadas. De hecho las dos se habían reclinado hacia él, hacia adelante, con los ojillos brillantes de emoción. Las dos podían oler en su historia una buena aventura─. Que cuando se levantó, un fuerte trueno rompió el cielo y empezó a llover de nuevo.
─¡Menuda chorrada de historia! ─dijo Felix, burlón─. Eso te lo has inventado.
─Quiero buscar al fantasma ─dijo Alex entonces, sonriendo.
─¡Yo también! ─se unió Zabe, levantándose un salto sobre la piedra.
─¡¿Qué?! ─exclamó Jared, llevándose la mano a la frente y negando─. Estáis locas, ¿no veis que seguro que era algún animal?
─O un maleante ─añadió Felix─. Vivimos en una puta isla de piratas.
─Yo, como capitana, digo que vamos a ir al bosque a buscar al fantasma. Esta noche ─dijo Alex mientras se ponía de pie, al lado de Zabe. Esta, al oírla, se giró hacia ella y frunció un poco el ceño.
─¿Qué? No, no, no, yo soy la capitana, Alex. Soy tres meses mayor que tú. ¡Y soy más lista y más fuerte!
─Pffffff, chicas, el capitán siempre he sido yo. ─Felix se levantó de la piedra también, acercándose a las dos chicas y colocándose frente a ellas─. Así que como tal digo…
─¡Cállate! ─exclamaron las dos a la vez antes de mirarse la una a la otra.
No era raro que las dos lucharan por el poder del grupo, aunque luego fueran las mejores amigas y acabaran tomando las decisiones en consenso. La una decía ser más fuerte y más lista, mientras que la otra aportaba como argumento que, además, era la hija de la reina y eso le daba más status. Aunque evitaba decirlo delante de su madre, ya que esta, al escucharla, solía echarle unas buenas reprimendas. Según su madre, un capitán no podía creerse superior a sus compañeros, ya que como el resto era una pieza del delicado engranaje que componía una tripulación. ¿Pero qué sabía ella? El puesto de la hermandad, desde siempre, se había ido pasando de padres a hijos… ¿no? ¡En ese caso ella debía ser la capitana del grupo!
─Zabe, Alex ─dijo Claudia, acercándose por detrás a las dos y rodeándolas por los hombros, con una sonrisa. La rubia era la mayor del grupo y hacía poco que había cumplido los trece años, lo que la convertía, según David, en la voz de la razón de la pequeña tripulación─, ¿por qué no dejáis de pelear ya y vamos a buscar al fantasma?
Las dos amigas, que continuaban desafiándose con la mirada, soltaron todo el aire y asintieron, mirando a los tres chicos que se habían mantenido, por el momento, en un segundo plano. David sonreía, alegre al ver que sus amigas creían su historia, mientras que Felix y Jared no parecían muy convencidos. Aun así, Alex se soltó de Claudia, carraspeó, colocó los brazos en jarras y alzó la voz.
─¡Bien, compañeros! ¡Vayamos a por el fantasma!