CUANDO EL MAR Y LA LAVA SE CONOCIERON

 

Aún sentía arder su espalda y cada movimiento que hacía era un suplicio. Sus lágrimas se habían agotado ya hacía muchas horas y le dolía cada fibra de su cuerpo. Las gruesas esposas de kairoseki que mantenían sus manos atadas y sus poderes sellados, la estaban debilitando por segundos y no veía el momento en el que todo se volviese oscuro. ¿Qué había hecho para llegar hasta allí? Apenas tenía catorce años, había entrado hacía poco en la tripulación del gran Tigre Blanco y estaba empezando a dominar los poderes de la Kaki Kaki no mi. Todo había pasado tan deprisa que ni siquiera había podido hacer nada: una batalla, una escapada frustrada y sus captores la habían aturdido clavándole una bala en el brazo.

Se arrastró por el suelo de aquella sucia bodega para poder apoyarse contra la pared. Sentía secos sus labios y el estómago no paraba de gruñir demandando comida. Desde que la habían capturado y metido en el barco de aquellos traficantes de esclavos había estado dormitando a ratos a causa del dolor de su espalda y no sabía cuánto tiempo llevaba allí dentro. ¿Unas horas? ¿Un día? ¿Una semana? Cuando se apoyó contra la pared sintió de nuevo el lacerante dolor en su espalda, arrancándole un quejido de angustia. Esa marca… Si lo graba salir de allí iba a llevar esa marca de por vida, y quien la viera… Se mordió los labios, agachando la cabeza y dejando que su larga cabellera cubriese su rostro como una cortina de fuego.

Entonces sonaron varios cañonazos, el barco se balanceó y ella cayó hacia un lado. Gritos desesperados, el frenético sonido de las pisadas yendo de un lado a otro del barco y la madera resquebrajándose rompieron el silencio que había reinado hasta el momento. Los estaban atacando. ¿Era su capitán que había ido a buscarla? ¿La había echado en falta en aquel enorme barco y estaba revolviendo el mar en su búsqueda? Se levantó haciendo acopio de sus fuerzas, acercándose a las rejas de metal y golpeándolas con las esposas, intentando hacer el suficiente ruido como para que alguien bajase a por ella. Si tenía suerte la sacarían de allí.

Un nuevo grito, el firme crujir de la madera y un cuerpo atravesando la pared de su celda hicieron que gritara tan fuerte que hasta se hizo daño en las cuerdas vocales. Beli, pegada a las rejas, con los ojos muy abiertos y el corazón a punto de salírsele por la boca, no podía quitarle los ojos de encima al hombre que yacía inconsciente contra los barrotes que separaban su celda de la siguiente. Lo reconocía, era uno de los que la habían capturado tras el balazo.

−¡Eh, tú! ¡No te quedes ahí! –Una ronca voz la hizo girarse de golpe de nuevo, sobresaltada, topándose con la imponente figura de una mujer. Vestía como si acabase de llegar de un safari y la sombra del gorro que llevaba cubría sus facciones. En su mano portaba una lanza en forma de bisturí gigante y el humo del cigarrillo que fumaba no tardó en llegar hasta ella−. Vamos, no querrás quedarte aquí cuando mi capitán hunda el barco, ¿no?

Sin decir más desapareció, dejando abierta su única salida. Sí, era su oportunidad. No la conocía, al menos su capitán no se había cruzado con ellos durante el tiempo que llevaba en su tripulación, pero estaba segura de que ese ataque solo podía estar perpetrado por piratas. La marina siempre daba vía libre a los traficantes.

Pasado el shock inicial, salió de allí con cautela, asomando la cabecita por el enorme boquete de la bodega. Allí había otra habitación, toda ella llena de bolas de cañón, sacos de pólvora rotos cuyo contenido bañaba el suelo, y los cuerpos de tres traficantes más totalmente inconscientes. Sin moros en la costa, Beli salió corriendo hacia la puerta del fondo, que estaba abierta y que daba a unas escaleras que parecían subir a cubierta. Quizá esos piratas se apiadasen de ella y la dejasen en un puerto seguro. Cada paso que daba la llenaba de energías, unas energías que pensaba que había perdido. Y a medida que ascendía por las escaleras, el sonido de la batalla era mucho más claro.

−Ya casi estás –se dijo a sí misma, dándose ánimos. La luz del sol incidiendo en sus ojos la cegó por un instante a la vez que el olor a mar inundaba sus fosas nasales. Nunca había agradecido tanto salir a cubierta.

−¡Cuidado, tú! –Una voz fuerte y tan potente que casi parecía el rugido de un dragón la asustó. Se giró por inercia, viendo cómo el mismo hombre que había marcado a fuego su espalda se acercaba, con los ojos desorbitados, los dientes apretados y una espada en alto dispuesto a acabar con ella. Sintió un escalofrío de terror recorrer su cuerpo. Se quedó totalmente paralizada en el sitio. ¿Ya estaba? ¿Así iba a acabar todo? Pero entonces un potente chorro de agua golpeó a su enemigo, lanzándolo por la borda y librándola de su fatal destino.

−¿Estás bien, jovencita?

Sin poder creerse la suerte que estaba teniendo, se giró lentamente hacia la voz, topándose con una amplia sonrisa y cuatro cejas arqueadas. Era un pirata, sí, más alto que ella –y eso que la muchacha era alta, ¡medía metro noventa!−, de cabello castaño y mirada alegre. Era más mayor que ella, desde luego, y aunque era un pirata fuerte no sentía pavor en su presencia. Quizá… quizá no solo su capitán era la única buena persona que navegaba por los mares saltándose las leyes del Gobierno.

−¿No puedes hablar?

−¡No! ¡Digo sí! Digo… Sí, estoy bien –dijo, algo azorada. No podía dejar de mirarlo, era como ver…−. Un héroe… −susurró sin querer.

−¿Qué?

−¡Nada! –exclamó, algo aturdida aún.

−¡Chicos, terminad la faena y mirad si hay alguien más ahí abajo! –gritó. Cogiendo al vuelo al segundo siguiente un juego de llaves que le tiró otro de sus compañeros−. ¡Ey, gracias Gordo! –Se giró entonces hacia ella, sin perder la sonrisa−. Alza los brazos, que voy a quitarte esas esposas.

−Sí… por favor –dijo, siendo consciente de nuevo de su falta de fuerzas. Estaba segura de que en cuanto le quitase las esposas empezaría a sentirse mejor. Al menos aquellos desalmados le habían extraído la bala y habían curado su brazo tras ponerle las esposas, dejando bien claro que a sus clientes no les gustaría tener una esclava tan bonita con heridas visibles.

En cuanto sonó el “clic” que anunciaba que las esposas estaban abiertas, estas cayeron de golpe al suelo y Beli empezó a sentir que el peso de su cuerpo se aligeraba y que las fuerzas empezaban a volver. Pero antes de poder decir o hacer nada, aquel enorme y musculado joven la cogió en volandas, lo que hizo que, tras un ridículo grito, se agarrase a su cuello.

−Soy Pato −dijo mientras caminaba hacia el borde de la cubierta.

−¿Eres… pirata? –Él asintió, sin perder la sonrisa ni dejar de mirarla−. Y… ¿ese chorro de agua era tuyo?

−Sí, me comí la Mizu Mizu no mi –contestó tan campante. Ella sonrió aún más, agarrándose un poco más fuerte a su cuerpo.

−Así que eres agua… −Soltó una pequeña risita, algo cansada, pero sincera−. Yo me llamo Beli y me comí la Kaki Kaki no mi. Soy lava.

2018 © CREOWEBS. Diseñamos y creamos